Siempre deseé un amor afortunado. Un chispazo de esos que te electrocutan el corazón y no hay sentimiento más fuerte ni más intenso. Unos brazos donde allí, no hubiera preocupación ni dolor. Una piel que erizase cada caricia, cada beso, cada muestra de amor limpio y puro. Un amor de película, un amor de ensueño. Un príncipe de esos que sabe que no necesitas que te salve y aun así lo hace. Unas manos robustas que deshagan el nudo de la soga y no tiren o aprieten. Una unión inquebrantable, de esas que lo superan todo. Pero después, después me dí cuenta que eso sólo sucedía en la ficción, que no pertenecía ni un ápice a la realidad. Que mi corazón había llorado, sufrido y se había agarrado a un clavo ardiendo aún quemándose. Que había colgado de un hilo. Un hilo prácticamente inexistente. Que cuando obligas a alguien a ser, no es. Que cuando esperas algo de alguien, no llega. Al menos no como tú quieres. Que cuando hablamos por los demás, ellos no hablan. Y entonces, una tiene que recoger sus pedacitos del fondo y reconstruirse. Porque a veces no merece la pena. Y porque es mejor salvarse sola, que estar esperando un príncipe al que quizá le reconforte tenerte presa.
Mejor no esperar principes, la vida es lo que se goza y también lo que se llora, el dolor es parte de la vida.
ResponderEliminarSaludos y gracias por tu lectura en el sol de los ciegos.
Parte de la vida y esencial, tantas veces me dijeron que de la felicidad nada se aprende.
ResponderEliminarUn saludo