Vorágine

No quería morir.

Seguramente era lo último que quería que ocurriera en mi vida, y paradójicamente sería lo último que ocurriera. Sin embargo, mis días parecían anhelar un corazón completo que no sentía ni siquiera en lo más profundo de mí. Era tan frustrante. Cuando me concentraba en empezar a vivir como quería vivir, mi mente hacía de las suyas para encaminarme en un camino que mi negatividad no me permitiría creer que se pudiera hacer realidad. ''Qué chica tan soñadora'' -repetía-. Estaba luchando a contracorriente contra un impulso que nacía en la boca del estómago y que no era capaz de digerir. Quería un amor de película, de esos que te explotan en mil pedazos y aun así, te hacen sentir entera. Quería emociones fuertes, una montaña rusa de sucesos que me hicieran gritar fuerte. Gritar tan fuerte en la subida como en la bajada. Ya estaba acostumbrada a no tener estabilidad, de hecho, no la quería. Sólo quería que el hecho de no tenerla mereciera la pena. Sólo quería dejar de contar granitos de arena desde la orilla y zambullirme en una vorágine de adrenalina. No me importaba si me congelaba o si me permitía nadar entre ella, me importaba que me hiciera sentir viva.

Porque no, yo no quería morir.

Y creer, que habría algún poeta esperándome al otro lado de la orilla para así, no morir nunca.